El efecto de contagio emocional tiene bases anatómicas, neurológicas, físicas y químicas, así como biológicas y neurovegetativas. El sistema nervioso y endócrino está directamente implicado y en definitiva todo el sistema mente-cuerpo.
Involucra respuestas subconscientes, automáticas e innatas. ¡Inscriptas en nuestro ADN! De hecho es base de la evolución que logramos como especie. Se basa en la imitación, la intuición y la sincronía.
Hacen parte las neuronas espejo que son el sustrato de la empatía, lo que nos ofrece la posibilidad de ponernos en lugar del otro. Capacidad que no siempre se desarrolla ya que está ligada al aprendizaje y las experiencias, entre otras cosas. También hace parte la teoría de la mente, capacidad a través de la cual es posible entender y anticipar pensamientos, estados y emociones de los otros. Tanto las neuronas espejo como la teoría de la mente están involucradas en este proceso del contagio emocional.
Las emociones son centrales en todo este asunto. Recordemos que somos seres emocionales que en la evolución aprendimos a pensar. Seres que nacemos con una absoluta indefensión y requerimos de los cuidados de otros para sobrevivir. Cuidados que además de cubrir necesidades básicas, por sobre todo ofrezcan cariño. Digamos con mayor certeza aún: ¡amor de calidad! condición para ser saludables.
Constitutivamente somos seres sociales y nos desarrollamos en la interacción con el otro. Las emociones secundarias, es decir las más vinculadas a las necesidades de interacción social, involucran zonas del cerebro más evolucionado y, por lo tanto, la cognición. Son necesarias para la evolución y la supervivencia. ¿Quizá por eso el contagio emocional? Evidentemente que sí va que hace parte de lo necesario para conectar con otros. Por eso es que, una buena parte de nuestro aprendizaje se basa en modelos. Lo que nos permite aprender casi sin darnos cuenta. Es así que, sumado a la propia experiencia, adquirimos una forma particular de pensar, sentir y actuar. Particular y compartida en cierta forma, con el entorno frecuente y al cual se pertenece.
Por eso es que, al observar con atención, es fácil de constatar cómo en un grupo de personas que tienden a estar juntas, se comparten hábitos, palabras y costumbres emocionales, cognitivas y conductuales. Tal es el caso de la familia, siendo una de las evidencias del 'contagio emocional' así denominado por las neurociencias.
El contagio emocional es de ida y vuelta. Por lo que, a la vez que contagiamos nuestras emociones, los otros nos contagian. Con la particularidad que el contagio es mayor cuanto más poder tiene el otro: padres, educadores, jefes, parejas, etc.
Teniendo esto presente, se comprende por qué personas o ambientes sanos, aportan calma y armonía, entre otras tantas bondades. Mientras que, personas o ambientes tóxicos, invaden de sensaciones, emociones y estados negativos. ¿Acaso alguna vez estuviste en una situación de calma y disfrute y de pronto llegó alguien hablando de mala forma o golpeando cosas v el 'clima se tornó espeso'? De esto exactamente se trata.
Una de las implicancias a tener presente es que ejercemos un gran poder sobre el otro. Elegir cómo impactar en los demás y especialmente en nuestros seres a cargo y significativos, es una cuestión de responsabilidad. Recordemos que tiene un efecto dominó. A modo de ejemplo, los niños amados y respetados, tenderán a querer y cuidar a los demás.
La otra implicancia es que los demás nos contagian. De allí que sea tan importante tomar cada vez más consciencia con qué personas nos relacionamos y qué ambientes frecuentamos. Vayamos por los que sean positivos y nos cuiden. En el polo contrario, es importante alejarnos de lo que nos hace daño y nos lastima.
Así como también es cierto que en ocasiones se repiten vínculos o situaciones que dañan, sin entender cómo se tropieza nuevamente con la misma piedra. Se puede vivir en un entorno saludable, de bienestar y armonía. Cuando no podamos solos, pidamos ayuda. ¡Seamos parte de círculos virtuosos!