Gestionar las emociones es una habilidad fundamental que comparten los grandes, una característica de las personas felices. Se trata de un aspecto fundamental a desarrollar para ser un gran líder de proyectos, equipos, empresas y de la propia vida. Implica un proceso de aprendizaje que es, a la vez, un camino de autoconocimiento y desarrollo.
Nuestras emociones impactan en nuestro bienestar y en el tan codiciado estado al que llamamos felicidad. Su gestión no signfica taparlas o ignorarlas; esto sería altamente nocivo para nuestra salud. Implica lo contrario y en unos simples pasos, te lo voy a compartir.
Estos pasos son sencillos e implican incorporar o cambiar hábitos, que se asientan en la repetición de conductas. Así que, la voluntad está en juego y para comenzar, hay que querer hacerlo. Es comparable a cuando decidís gozar de un buen estado físico y vas incorporando rutinas de entrenamiento, dieta saludable y demás. La promesa de este cambio es que vas a lograr mejores relaciones contigo y con los demás y, por sobre todo, vas a estar más feliz.
¿Cuáles son las etapas a transitar para gestionar tus emociones?
1. Reconocerlas en vos, ponerles el nombre adecuado y saber que las estás sintiendo. ¡Compartimos todas las emociones! A todos se nos activan, más o menos y éstas no son ni buenas ni malas, simplemente son. Y llegan para ayudarnos, orientarnos y enseñarnos. Nos entregan mensajes que, cuando no las actuamos impulsivamente, podemos capitalizar y mucho.
2. Conocer tu propio patrón de activación y de respuesta. Cada emoción tiene la suya y cada persona sus propias señales, intensidades, frecuencias y permanencia. Si “escuchamos” las señales que nuestro cuerpo nos transmite, las podremos utilizar a nuestro favor. Las emociones las sentimos en el cuerpo y por eso, necesitamos estar atentos a qué activa cada emoción concreta. Lo podemos hacer en una situación real o recordada. Te recomiendo que “registres” la primera, segunda y tercera señal – depende si llegas a la tercera o si ya tu amígdala “te secuestró”-. Eso lo irás conociendo al observarte. ¿Qué es el secuestro de amígdala? Nuestro cerebro tiene un maravilloso diseño y con muchísimas funciones. Una de ellas es detectar las emociones y pasarlas por el tamiz de la razón, pero en algunos casos en que la emoción es súbita, demasiado intensa o conecta con experiencias previas que nos alertan de peligros, la información que trae el estímulo, pasa a la amígdala - antes de llegar al cerebro racional - y genera una respuesta desproporcionada. Como el filtro llega tarde, actuamos en forma impulsiva y después nos damos cuenta que nuestra reacción fue desmedida. Conocer tu activación emocional, sería como un gráfico de datos, que te va a ayudar para activar la respuesta deseada en lugar de la irracional.
3. Programar la respuesta deseada. ¿Qué haremos, pensaremos y en consecuencia sentiremos? Es lo que dejaremos establecido. Así tendremos nuestro mapa de rutina, sobre cómo vamos a reaccionar ante determinadas emociones que queremos moderar y ante las que nos interesa reaccionar en forma más equilibrada.
4. Relacionar la sensación corporal de activación a la respuesta deseada. Esto sería condicionar nuestra conducta a un estímulo determinado.
5. Activar la conducta deseada que programamos (en el punto 3), cuando aparezca la primera señal corporal de la emoción a regular. Y mejor todavía, si ya tenés programada tu conducta deseada ante la segunda señal.
6. Reflexionar sobre el impacto que la nueva conducta te genera a nivel personal y en tu entorno. Una vez que tengas claras estas consecuencias, compáralas con las consecuencias de la reacción impulsiva. Este paso será un buen reforzador que te estimulará para seguir avanzando. Es como cuando estás haciendo dieta y el pantalón te va quedando más holgado,
justo cuando ves tu postre preferido y te decís, vale la pena seguir la dieta, estoy teniendo los resultados que espero.
7. Aprender de lo que hiciste y lograste y... feedfoward!!!
Pensamientos, emociones y acciones están interrelacionadas a tal punto que activando cualquiera de los niveles, se generan cambios en el resto. ¿A qué me refiero? Imaginate que decidís activar una conducta simple como sonreírte en el espejo cada mañana y sonreírle a las personas con que te cruces en el día. Al cabo de una semana, te das cuenta que el simple hecho de sonreír, te predispuso a una emocionalidad positiva y tus pensamientos también van en esa línea. Otra alternativa podría ser tu decisión de estar atento a cada pensamiento negativo y cambiarlo inmediatamente por positivo, lo que te colocará en un lugar emocionalmente bueno y tus acciones también lo serán. Podés decidir generarte emociones de bienestar, como sucede cuando escuchas una música que te inspira y recordás una situación de gran felicidad o lees algo que te motiva. Todos los niveles son importantes y la buena noticia es que podés empezar por alguno o todos a la vez. Lo más importante es que solo te necesitas a vos mismo para activar este cambio.
Te invito a poner en práctica esta estrategia. Podés comenzar por elegir la emoción que querés regular. Registrar tu punto de partida y tus avances diarios durante una semana. Al pasar siete días, lee tus notas y observá qué sucedió, cuáles fueron tus aprendizajes y qué ganaste.
Si te animás, me encantaría que nos compartas tu experiencia en comentarios o en mi blog.