Al leer, hace poco, una columna titulada El miedo de pasar de jefe a facilitador en la que el consultor Juan Ferrer cuenta la experiencia de Javier Moreno Dávila, IT Manager en AIDA, me vinieron a la memoria tantas caras con nombres y apellidos, que al igual que Javier hicieron cambios extraordinarios en sus roles, sus vidas y en las de cada colaborador con quienes trabajan.
Cuando esto sucede la experiencia parece mágica. Dos palabras contienen la posibilidad de cambio, y ellas son: humildad y congruencia. Solo una persona humilde logrará hacer crecer al otro al punto de ponerse en tal situación incómoda que requiera re inventarse para dar sentido a lo que hace. Y esta es la experiencia de Javier, quien al delegar sus dos mejores proyectos,
se quedó con una sensación de vacío. Es así que comenzó a percibir y entender que su rol está lejos de la operativa y la microgestión para ser facilitador de desarrollo.
En sus propias palabras, su cambio implicó:
- ayudar a pensar
- generar inteligencia colectiva de forma eficiente
- acompañar y ayudar a mantener el ritmo
- generar un ecosistema de autogestión
- clarificar conceptos, metas y objetivos
- ayudar a encauzar cualquier iniciativa alineándola con los objetivos
- establecer un rumbo, no un destino, porque la realidad te lo va a cambiar
- buscar equilibrar servicio al cliente con rentabilidad
- hacer evolucionar a las personas en la forma de pensar y trabajar.
Estos son algunos de los impactos de transformarse en un líder coach y por lo tanto en un facilitador de posibilidades infinitas.
Ser líder coach se trata justamente de gestionar relaciones, resultados, planes, tiempo, intereses, propósitos... Se trata de ser un entrenado observador y un maestro comunicador, que gestiona y actúa en función de personas concretas, con valores y congruencia, en un negocio determinado y una situación de mercado particular.
Los líderes muchas veces se encuentran con presupuestos desafiantes y mercados complejos que son exigentes y, sin embargo, se sienten retenidos en la operativa sin tiempo para enfocarse en la estrategia y aplicar una visión desapegada y crítica.
Esto es lo que logró Javier al retirarse de la operativa y delegar, aún sintiendo miedo por su posición. Su miedo le implicó rediseñarse para “justicar” su remuneración, cuando encontró un sentido mucho más profundo.
Un coach acompaña para descubrir fortalezas y oportunidades, así como patrones de conducta que son desconocidos a la persona.
Empodera de tal forma que favorece el desarrollo de inteligencia emocional y asertividad. Enseña a “despegar” y cada acontecimiento tiene un sentido de oportunidad estableciendo una diferencia crítica en el desarrollo a largo plazo, aprovechando la energía de los valores y las pasiones para guiarnos a un futuro cada vez mejor.
El miedo es un sentimiento inherente al ser humano que nos salvaguarda del peligro, para lo cual nuestro organismo a nivel físico y emocional despliega respuestas específicas. Cuando el miedo no responde a amenazas concretas, esas respuestas no tienen sentido y si el autoconocimiento forma parte de nuestro repertorio, podremos entender que la reacción de lucha o huida no aplica. Es así que podremos generar ̈lo nuevo ̈. Una de las preguntas que se hizo Javier para gestionar su propio miedo y transformarse, fue: “¿Cuál es mi futuro en estos modelos colaborativos y de liderazgo colectivo?”
Y la respuesta de Javier y tantos Javieres que conozco, quienes identificaron que debían accionar al comprender la necesidad de este cambio, fue:
- centrarse en aportar valor en lugar de emplear tiempo en controlar
- lograr mayor calidad de vida -dentro y fuera del trabajo- “¿acaso seguimos pensando en el trabajo fuera del trabajo? ¿hasta cuándo?”
- no emplear tiempo físico y mental en resolver problemas que el propio equipo puede resolver
- invertir tiempo en la mejora continua en lugar de estar apagando incendios
- dedicar un espacio para la innovación
Hay mucho camino por recorrer y te invito a dar ese paso crítico, que impone confianza y valentía para generar el cambio.