Durante años ha habido confusión en torno al concepto de felicidad y su medición, según el premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman. Para las personas en general también resulta confusa la definición y consenso, debido a la complejidad y arbitrariedad de un concepto vinculado a experiencias y memorias. Estudiosos e investigadores como ser Gallup, hacen uso de su descubrimiento sobre la existencia de dos Yoes. Un “Yo que experimenta” y un “Yo que recuerda”, siendo el segundo determinante y hasta tirano, en la toma de decisiones.
El “Yo que recuerda” es el que almacena las memorias del “Yo que experimenta” en el presente. Afirma Kahneman que “nuestra memoria nos cuenta historias, es decir, lo que conservamos de nuestras experiencias vividas, es una historia”. Como toda narración tiene cambios, acontecimientos relevantes y un final determinante.
Sabemos que la memoria parte de la información que aportan nuestros sistemas sensoriales y nuestra percepción. Que está influenciada por nuestros propios sesgos perceptivos, constituidos por nuestras experiencias, cultura, características propias, entre otros.
Son los eventos significativos, de mayor carga emocional, los que dejarán una huella más sólida en nuestro cerebro y en nuestras memorias. Sabemos que esos mismos sesgos perceptivos nos permiten captar cierta información y no otra, así como atender a cierta información descartando el resto. Tampoco es novedad que nuestra memoria consciente pierde después de 48 horas el 80% de lo vivido en cada suceso.
En sus experimentos Kahneman descubre que además de la carga emocional, el final de cualquier suceso es determinante. Influirá tanto en la evaluación que haremos del mismo, como en las decisiones que tomemos a futuro. Para ilustrar dicho hallazgo, refiere dos ejemplos en su TEDx “The riddle of memory vs experiences”: uno trata de una persona que luego de haber escuchado por 20 minutos una sinfonía que calificaba como gloriosa, decide que la experiencia estaba pérdida. ¿Sabes por qué la considera echada a perder? Por un chirrido que aparece al final de la misma, el cual es calificado por él como horrible. No es la experiencia en sí lo que está perdido, es la memoria de la experiencia. ¿Será importante ocuparnos de los finales de las experiencias que les damos a nuestros hijos, clientes, alumnos...? ¿Será importante asegurar la emoción en aquellos eventos que nos interesa que sean recordados? Kahneman afirma que así es y recomienda: “Prestar especial atención a los puntos más emotivos y a los momentos finales de una experiencia. Diseñar las condiciones para facilitar un final positivo es una forma de crear valor percibido”.
El otro ejemplo trata sobre dos pacientes que participaron de un estudio médico que, es clasificado como doloroso. A ambas personas se le administró el procedimiento sin anestesia y se le solicitó que refirieran su dolor durante el mismo. Uno de ellos tuvo menos dolor, el examen duró menos tiempo pero sobre el final tuvo un pico de dolor. El otro, tuvo mayores picos de dolor, el examen duró casi el doble, pero al final no sintió dolor. Te invito a imaginar que eras vos el participante de estos dos estudios y que fue realizado por dos médicos diferentes. Pasado un tiempo, tu médico te indica nuevamente dicho examen, ¿a qué proveedor irías? Imagino que estarás pensando que irías al que atendió al primer paciente, el que tuvo menos dolor con un examen más corto. Resulta que no es tan lineal la conclusión. Cuando al finalizar cada uno de los estudios, le solicitaron a los pacientes que refirieran cuánto dolor pensaban habían tenido, el primero manifestó haber tenido mayor dolor que el segundo, es decir una peor experiencia. ¿Tiene sentido que la persona elija entonces el procedimiento que le dolió más y duró más? Sea como sea, así funciona nuestro mecanismo para la toma de decisiones, en función de la evaluación de nuestra experiencia, almacenada en nuestra memoria.
Esta información no solo la podemos utilizar para asegurarle a otros, y aún a uno mismo, buenos finales, también para considerar qué sucedió antes de cualquier experiencia que catalogamos como mala. Imagino que nuestra evaluación podría cambiar y de alguna manera contemplar más aspectos en forma consciente.
En cada ocasión Pedro calificaba una etapa de su vida como muy mala. Lo cierto es que sobre el final de esa etapa hubo dificultades importantes, pero lo anterior no solo había sido bueno sino genial, así como la grandiosa sinfonía de la persona de la historia de Kahneman. Quizá es interesante tener este mecanismo en cuenta para transformar cada memoria significativa, que por evaluarla mala, nos resta en la vida.
Dos recursos pueden ser poderosos: uno es considerar qué sucedió antes del final de la experiencia y otro es recurrir a otras personas que participaron de la misma.
Tendremos nueva información y perspectivas. Quizá te preguntes ¿para qué? Para poder contarnos un cuento más funcional y saludable, para ampliar la consciencia y elegir con menos sesgos y mayor libertad. No propongo negar lo que no funcionó sino integrar la información que olvidamos. Resignificar eventos significativos que consideramos malos, nos fortalecerá en el presente y para el futuro. Nos generará nuevos aprendizajes y muchísimo insight. Así como podemos hacerlo con uno mismo, también como padres, docentes, líderes...
¡Hay más! Se trata de las implicancias del “Yo que recuerda” y del “Yo que experimenta” en la felicidad. Es un concepto amplio, complejo y subjetivo que no es tan sencillo de medir. ¿Qué tan feliz es una persona? Tendrá que medirse a través de los dos Yoes, ya que aportan información diferente y complementaria. El “Yo que experimenta” referirá sobre bienestar que le reporta una experiencia en el momento presente, mientras que el “Yo que recuerda” -el evaluador-, referirá sobre qué tan satisfecha está la persona con su vida. Cuántos más recuerdos emotivos con finales positivos construyan nuestras memorias, más satisfecha estará la persona en cualquier ámbito, situación, y en su vida.